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 Inexorable

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Sora Shimizu
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Sora Shimizu


Localización : *Altavoz: Palacio de Keiveqk de la Región de Hielo. Quincuagésima primera planta.* [sonidillo de llegada en un ascensor del Corte Ingles]

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MensajeTema: Inexorable   Inexorable Empty03/09/09, 05:32 pm

Título: Inexorable.

Autor: Sora Shimizu.

Género: Esta vez, algo romántico-fantástico, para que no os deprimáis con mi drama perpetuo.

Sinopsis: La historia del primer amor de Moon.

Personajes: Moon, Willow, Dawn
y Hail (sí, ya sé que son palabras en inglés: Luna, Sauce, Amanecer y
Granizo, pero son los nombres que quería).

Ambientación: Tallahassee, Florida, desde el 1 de abril de 2008 a la actualidad.

Otros: La razón por la que esto está escrito, es que quería evadirme de los quebraderos de cabeza que me estaba trayendo una amiga. Inexorable Icon_wink

Nota: Ésta historia va por capítulos, así que los iré colgando a medida que los vaya escribiendo.

Nota 2: Brujuleando por internet encontré fotos para los personajes y para ciertos lugares claves de la historia. Ahí os las dejo Inexorable Icon_wink

Moon Ewart:
Spoiler:

Hail Gwynne:
Spoiler:

Willow Smith:
Spoiler:

Dawn Kwon:
Spoiler:

Carretera de Canopy:
Spoiler:

Bosque de Canopy:
Spoiler:

Universidad del Estado de Florida (Tallahassee):
Spoiler:

Ford La Joya Capri del '75:
Spoiler:

Algún lugar dentro de Canadá:
Spoiler:






INEXORABLECapítulo 1: A primera vista.



Generalmente, por estas fechas solía ser un poco más caprichosa de lo
normal. De hecho solía serlo mucho más, y eso disgustaba bastante a mis
padres. Pero ¿qué queréis que os diga? Se acercaba mi cumpleaños por
fin. El año que había pasado desde el último 4 de abril se me había
hecho eterno, pero ya sólo faltaban tres días para avanzar un paso en
mi vida.


Aquel día que lo vi, yo paseaba por una de las calles más concurridas
de la ciudad con mis amigas Dawn y Willow, buscando un Starbucks
Coffee®️ para pasar allí la tarde con un Frappuccino®️ entre mis manos, y
charlando sobre lo que quería que me regalaran por mi decimosexto
cumpleaños. Esos eran nuestros planes. Pero por supuesto, no los
seguimos.


Él andaba a una velocidad pasmosa, sorteando a la marabunta de gente
despistada sin ninguna dificultad, sin rozar a nadie. Llevaba el
cabello –corto y negro- despeinado por el viento que corría en
Tallahassee. Sus rasgos eran pálidos y hermosos. Aunque no pude mirarlo
bien, me pareció ver que sus ojos eran azul claro. Poseía la ligereza y
gracilidad de un felino.



Una extraña sensación de opresión me inundó el corazón al verlo entonces.



Yo, muy inocente, me había quedado embobada mirando cómo cruzaba la
calle en cuestión de segundos. Ni siquiera creo que me viese aquella
vez, pero yo seguía sin apartar mi vista de su silueta.


“¡Moon!”, me llamó Dawn, sacándome de mis pensamientos. “Venga, vamos”, me instó, sonriendo.



Quise resistirme a su tirón, pero siempre había tenido poca fuerza, y
no pude. Me llevó con ella y con Willow por la calle, hasta que
llegamos a nuestro destino. Entré en el edificio forcejeando. ¡Yo
quería ver de nuevo a aquel chico! Un par de parejas que había cerca de
la entrada de la cafetería se giraron al vernos irrumpir de aquella
manera tan estruendosa en el lugar.


Cuando estuvimos sentadas en uno de los sillones de la planta superior, me crucé de brazos, enfurruñada.



“¡Sois lo peor!”, les achaqué. “¿Por qué no me habéis dejado que vaya con él?”



“Moon, ni siquiera te vio”, me hizo saber Dawn. “Además, no deberías
perder el tiempo con él, ¿sabes? Nunca le he visto abrir la boca para
hablar con alguien, o sea que es muy posible que no vaya a cambiar de
opinión en lo que a hablar con otra persona se refiere, seas tú o el
Sursum Corda”.


Abrí los ojos, completamente estupefacta. ¿Había oído bien lo que Dawn dijo?



“¿Es que sabes quién es ese chico?”, pregunté, al borde de un ataque de histeria.



Ambas rieron al unísono. A mí no me hacía gracia ninguna. Aquello había
sido amor a primera vista. Yo estaba segura de que nunca antes lo había
visto por mi ciudad. ¿Cómo sabían ellas quién era aquel monumento de
chico?


“Pues claro que lo conocemos”, rió Willow. “Se mudó hace un mes a mi calle”



¿Que qué? No, eso no
podía ser cierto. ¡No podía serlo! Ella nunca me había hablado de aquel
muchacho. ¡¡NUNCA!! ¿Y ahora me decía que llevaba un mes en su misma
calle? ¿Pero de qué iba todo esto? Era una broma, tenía que ser eso.


O no, y Willow se lo había callado para quedárselo todo para ella.
Claro, como ella era guapa, con esa manta de pelo rubio platino cayendo
por su espalda, y esos rasgos suaves con nariz respingona… ¿Pero qué
pasaba con las que no éramos modelos como Willow? ¿Qué hacíamos
nosotras, las que en vez de un pelazo rubio y ojos azules, teníamos una
cascada de rizos pelirrojos y una cara que, como mucho, podría
calificarse en “mona”? ¡¡Nada!! Nada podíamos hacer en comparación de
esas chicas que parecían sacadas de un conjuro para intentar llegar a
la perfección absoluta.


“Moon, no te lo dijimos porque no nos acordamos, y no nos parecía importante”, aclaró ella.



¡¡Porque no se acordaron!! Jajaja. Espérate que me muera de la risa.
¡Willow era la chica del instituto que había salido con más chicos! Y
por supuesto, alardeaba de ello. No me podía tragar que no se hubiese
fijado en este chico para meterlo dentro de su “colección”. Por
supuesto que sí se había fijado.


No podía verme la cara, pero supuse que se dejaba traslucir en ella
bastante bien el enorme enfado que tenía encima. Jajá. Por fin, ellas
empezaron a darse cuenta de que me había molestado que me lo ocultaran.
Aunque, de acuerdo, lo admito: a veces soy así de tonta e infantil.
Pero si me iban a mentir, que no fuera tan descarado.


“¿Y cómo se llama ese chico, Willow?”, inquirí.



“Hail”, contestó, más seria que antes. Ahora sí se había percatado de
que estaba enfadada con ella. “Es dos años mayor que nosotras, y viene
de Bellevue, en Washington”, explicó.


Bueno, quiero hacer mención de dos cosas. Primera: ¿os habéis dado
cuenta de la edad del chico? Dos años mayor que nosotras, mayor que
Willow, que siempre sale con chicos de esas edades. Segunda: si me
habían dicho que nunca lo habían visto abrir la boca para hablar con
nadie, ¿cómo sabían su nombre y su procedencia?


“¡Ajá!”, grité, airada. “Me has mentido. Sí que has hablado con él, malvada”.



“No, no, Moon”, me aseguró. “Te prometo que no, pero sus padres se
presentaron hace ya tiempo en mi casa, diciéndonos que se habían mudado
y que tenían un hijo de dieciocho años que se llamaba Hail. Él ni
siquiera vino a saludar”.


Me lo pensé un segundo. Realmente, podría ser verdad. Iba a darle un voto de confianza a mi amiga Willow, por esta vez. Sonreí.



“Bueno, te creeré”, dije al final. “Pero eres mala por no habérmelo contado”.



Ellas rieron de nuevo, y siguieron bebiendo sus cafés y charlando. Yo
me desvié con sigilo de la conversación, ya que no estaba muy por la
labor de hablar ahora. La mirada se me fue inconscientemente a la
ventana del edificio. Observando a la gente pasa, me di cuenta de que
alguien no apartaba la vista de mí.


Repentinamente nerviosa, lo busqué desde allí.



Y justo en medio de la acera de esa calle, se erguía una figura alta,
esbelta e inmóvil, mirándome fijamente a los ojos. Su rostro no dejaba
ver qué sentía ni qué pensaba, pero sí me daba cuenta de que me miraba.



Sus ojos, aquellos ojos celestes, hechizadores, estaban clavados en los míos.



Mis amigas me llamaron para decirme una trivialidad cualquiera, pero
las miré, dejando de lado la ventana. Sólo fue un segundo… Pero cuando
volví a mirar para seguir admirando la belleza de aquel chico, Hail
había desaparecido.


Extrañada, fruncí el ceño. Lo había visto, de eso estaba segura. Pero ¿dónde se había metido?


Última edición por Sora Shimizu el 03/09/09, 05:38 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Inexorable   Inexorable Empty03/09/09, 05:34 pm

INEXORABLE – Capítulo 2: El 427 de E Magnolia Dr.



Finalmente, después de mucho debatiendo entre las tres, habíamos
acordado que lo que yo más deseaba aquel año por mi cumpleaños era ¡a
Hail! Pero claro, por supuesto, no podría estar con él, porque Hail
Gwynne –así se llamaba con nombre y apellido- nunca hablaba con nadie,
como muy amablemente me había recordado Willow. ¡Cuánto la quería
cuando se disponía a recordarme cosas que probablemente, y ella lo
sabía, yo no quería escuchar! Oh, era algo inaudito.


“¿Y qué pasa si lo consigo?”, reté en aquel momento.



Ella se había echado a reír estrepitosamente, cosa que me había dolido
en grado sumo. Que ella fuese una belleza escultural no le daba derecho
a tratar a los demás mortales del modo en que solía hacerlo.


Al salir de la cafetería las tres juntas charlando, a Willow no le dio otra que comentar, así como quien no quiere la cosa:



“Entonces, ¿de veras crees que tienes alguna posibilidad con Hail?”. Su
voz sonaba tan incrédula que realmente hirió mis sentimientos.


Ese es el tipo de persona que odio: las que sólo creen que pueden
ganarse a un chico y su corazón con su hermosura, y no con los
sentimientos y el carácter. Y Willow era de ese tipo de chicas. Sólo le
interesaban sus conquistas. Normalmente habituaba cortar con sus
múltiples novios a las dos semanas, si no antes. Por eso a veces
teníamos roces bastante fuertes, me permito añadir, sobre este tema. Yo
no me parecía mucho a Willow, ni en el físico, ni en el carácter, pero
cuando no hablaba únicamente de su elegancia y cesaba de dejar bien
claros sus alardes en el amor, era buena gente.


Yo no había contestado a la insinuación de Willow, porque no había
querido. Había seguido en silencio, pensando por qué tenía ella que
llevar razón, y yo no. Siempre era ella la que acertaba en todo eso.
Willow decía que todos los chicos eran iguales. Si les das lo que
quieren, sucumben a la primera. Pero yo jamás había hecho eso porque me
parecía de mala persona. Ahora bien, a Willow le funcionaba ese método
a las mil maravillas. Argg. En esos momentos, se podía decir que no la
soportaba muy bien. En realidad, me llevaba mucho mejor con Dawn. Ella
no era como Willow. Vale, tampoco como yo, pero me entendía mejor y
ella ¡sabía ponerse en la piel de los demás! Capacidad de la que Willow
desconocía hasta su existencia.


Llegamos a mi casa, que era la que más cerca estaba de donde habíamos
ido a merendar. Dawn y Willow se despidieron de mí. Yo, de ésta última,
con algo más de reticencia. Aún seguía un poco molesta por su
comentario. Sin embargo, durante el camino, había estado pensando. Yo
quería a Hail. Aquello había sido el amor a primera vista más bonito
que yo conocía. Y si lo quería, ¿por qué no iba a intentar hablar al
menos con él? Así que paré a Willow antes de que desapareciera por la
calzada.


“¿Qué quieres?”, preguntó ella.



“¿Podemos quedar mañana?”, quise saber.



Willow soltó una risa contenta. Parecía asombrada de que me dignara a
hablarle y más aún a pedirle que saliéramos al día siguiente, si hacía
diez minutos estaba muy, muy enfadada con ella. Willow no sabía que hay
gente que no guarda rencor para siempre. Aunque mi pregunta no iba
exactamente por ahí…


“De acuerdo” sonrió débilmente. Yo esbocé otra sonrisa igualmente pequeña. Suspiró. “¿Te viene bien a las cinco?”.



“Perfecto, gracias”, contesté.



Me giré y me metí en mi casa, cerrando la puerta en silencio para que
mi padre no se despertara, pues seguro que ya estaba durmiendo.
Necesitaba dormir un montón de horas al día. Sí, más que un humano, era
una marmota.


Entré en el salón al escuchar el suave runrún de la televisión a bajo
volumen. Allí en el sofá se encontraban mi madre, Sun, y mi gato,
Claws. Sonreí cuando Claws vino a recibirme en la puerta del salón.



“¿Qué tal, Moon?”, me dijo.



La miré, cogiendo a Claws y sentándome en el sofá con ella. Suspiré. Estaba viendo un nuevo episodio de CSI: Miami.



“Bien. Mañana saldré otra vez con las chicas”, respondí. “Pero ya
hablaremos. Estoy muerta de sueño. Hasta mañana, mamá”, me despedí,
saliendo por la puerta.


Subí pesadamente los siete escalones de mi casa, con Claws a mis
espaldas. Entré en mi habitación, me puse el pijama, me metí en la
cama, y caí rendida. Aquella noche soñé con Hail Gwynne. Y por la
mañana, me desperté con una sonrisa en la cara.


El tiempo desde que me desperecé a las seis y media, hasta que salí de
mi casa a las cuatro y media para quedar con Willow, se me pasó
volando. En aquel momento, ya estaba en la calle de mi amiga. O sea, la
calle de Hail. Ralenticé mucho mi ritmo y me fijé en todas las casas
que había allí. Cuando ya casi había llegado a la casa de Willow, y
casi había perdido la esperanza, sentí de nuevo aquella sensación de
espionaje. Alguien me estaba mirando otra vez.


Sonreí para mis adentros, en lugar de sentirme asustada. Me giré hacia
el lugar de donde provenía esa extraña impresión. No me costó mucho dar
con la casa adecuada. Allí en una ventana podía ver una sombra oscura,
de pelo negro. Hail. Su mirada cautivaba tanto y de la misma manera que
el día anterior.


Otra vez nos quedamos con las miradas clavadas. Yo sonreí, a pesar de
que no lo quería en realidad, por si acaso. Quizás surtiera un efecto
contrario al que yo quería. Pero no. Inexplicablemente, me correspondió
a la sonrisa. La suya era hermosísima, y hacía su rostro, si cabe, más
agraciado aún que antes.


Fue visto y no visto, literalmente. Ora estaba allí, asomado,
sonriendo. Ora desapareció de la ventana. Dios, ¿pero qué era ese niño?
Aún sonriendo, pero tan confusa como el día anterior, llevé a cabo mi
plan completo. Me acerqué con sigilo a la casa de Hail y miré el
número.


El 427 de E Magnolia Dr.



Lo apunté en una libreta que me había traído en el bolso, y la guardé,
sintiéndome cada vez más cerca de mi conversación con él. Yo sólo
quería eso: una conversación. Aunque si surgía un pequeño, frágil y
nuevo noviazgo, no me iba a negar.


Reí, al comprobarme tan tonta como para creer eso. Sacudí la cabeza,
crucé la calle y continué tres casas más abajo, hasta llegar a la de
Willow.
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MensajeTema: Re: Inexorable   Inexorable Empty03/09/09, 05:35 pm

INEXORABLE – Capítulo 3: Objetivo conseguido; ¡trágate esa, Willow!



Willow había sido tan amable de decirme qué ocupación tenía Hail ahora
mismo. Sí, me la había camelado de tal forma, que había acabado
diciéndomelo. Aunque supuse que sería porque no tenía fe ninguna en que
conseguiría esa conversación.


Hail, con sus dieciocho años, no estudiaba en el instituto, sino en la
Universidad de Tallahassee. Al parecer, toda esa información se la
habían dado sus padres al presentarse en el barrio. A mí me parecía
demasiada información, pero bueno. Había decido creerla, y así lo
haría.


Bueno, la suerte me sonrió de nuevo cuando me di cuenta de que mi
hermano mayor, Swell, también estudiaba en esa misma Universidad. Eso
era ser afortunada. Una vez en la vida, no está nada mal.


Así que yo, el día 3 de abril de 2008, un día antes de mi cumpleaños,
me empeciné en ir con mi hermano a la Universidad a estudiar para los
exámenes finales. Al principio me dijo que no, puesto que tenía clase.
Pero yo le rebatí todo, recordándole que él tenía el horario de tarde.
Había esbozado una de mis mejores sonrisas para que me dejara ir con él
a la Universidad por la tarde, y lo había conseguido.


Ya entrando en el edificio, me di cuenta de que no sabía cuándo tenía
Hail el horario. Quizás fuese por la mañana, y ya no lo encontrara. Si
era así, esperé que fuese un empollón que se quedase hasta por la noche
estudiando allí mismo. Casi entré rezando por la puerta. Swell me dejó
en la biblioteca para que estudiara –me había llevado hasta dos libros
como atrezzo-, y él se marchó hacia su primera clase.


Nada más lo vi desaparecer por la puerta, me levanté de la mesa con mis
libros y eché un último vistazo a la sala, para corroborar que Hail no
se encontraba en ella. Entonces salí. Estaba dispuesta a recorrerme
todos los pasillos del gigantesco edificio, con tal de encontrar a
Hail, si es que estaba allí.


Mi intuición me decía que sí, y no solía fallar. Aunque, viendo la
suerte que yo tenía normalmente, seguramente ahora que tenía un
verdadero golpe de ésta, mi intuición me defraudara. Nada me podía
salir bien del todo nunca. Era imposible.


Me llevé una gran desilusión, ya que no estaba en la primera planta,
pero subí a la segunda. ¡¿Pero qué demonios?! Allí había otra
biblioteca. Era más grande incluso que la de abajo. Mi hermano no me
había dicho eso. Oh. Y yo como una tonta mirando la otra biblioteca.


Entré en esta. ¡Dios! No sabía que era tan grande. Era una de estas con
miles de estanterías hasta el techo, más antiguas que la polca. Me metí
entre cada estantería, buscando aquella mirada, o aquella sensación.
Sabía que con eso me bastaría. Así que empecé la búsqueda.


Cuando llevaba ya más de dos horas dando vueltas por ahí, sin
encontrarlo, empecé a decaer. Ya no andaba con las mismas ganas. Ahora
iba con los hombros hundidos y con una mueca puesta.


Me dirigí, descontenta, hacia la salida de la biblioteca. Aunque no
tenía por qué estar allí. Quizás estaba en otra planta. Quizás…


“¿No encuentras el libro que andabas buscando?”, me sobresaltó una
preciosa voz, al volumen perfecto para conseguir ruborizarme, y con la
suavidad ideal para hacer que me girara.


Cuando lo vi tan de cerca, me di cuenta de que era más alto de lo que
pensaba. Y bueno, era demasiado guapo para poderlo aguantar. Me atrapó
la mirada como nadie lo había podido hacer jamás, excepto él. Sus ojos
eran sugestivos.


“No, en realidad…”, empecé, pero no supe qué decir. No había pensado en
que me preguntaría eso. Creía que ni siquiera estaba allí. “Venía a
estudiar, pero…”, puse una mueca.


“¿Demasiado lóbrego para tu gusto?”, preguntó, esbozando una media sonrisa que me paró por un momento el corazón.



Sin embargo, me sobrepuse como pude, y con otra sonrisa de disculpa,
asentí. Su sonrisa se ensanchó, y apartó su mirada de mis ojos durante
un segundo en el que pude respirar con normalidad.


“Hay una esquina que no es tan oscura como esta parte”, me aseguró.
“Allí voy yo a estudiar”, confesó. “¿Quieres verla? Quizás te guste”,
sonrió.


“Por qué no”, contesté, encogiéndome de hombros.



Hizo un gesto de aprobación, aún con esa maravillosa sonrisa en los labios.



“Soy Hail”, se presentó muy amablemente, aunque ya conocía su nombre.
Me tendió su mano; se la cogí. Poquito faltó para que me derrumbara en
el suelo al tocar su piel, tan fina y apacible como la seda. “Y lo
siento, pero no sé cómo te llamas”, admitió, bromeando. “Sólo te
conozco de vista, pero creo que eres amiga de Willow Smith”.


“Sí, a veces”, sonreí, soltando su mano. Él correspondió a mi chiste. “Me llamo Moon”.



“Moon”, susurró. Convirtió mi nombre en música. “¿Quieres acompañarme a
estudiar? Esto es bastante divertido”, rió, alzando un libro que tenía
en las manos. “Campos electromagnéticos”, explicó. “Estudio
Ingeniería”.


“Guau. A mí todavía me quedan dos años en el instituto, y aun así, creo
que voy para Letras”, aclaré. “Filología, o Traducción, no lo sé”.


“Ambas son bonitas”, asintió. Yo sonreí. “Ven, acompáñame a mi lugar preferido”.



Se giró y me guió a través de todas las galerías por las que antes casi
me había perdido, hasta que llegamos a su sitio. Seguía asombrándome
con cuánta agilidad se movía. Me seguía pareciendo un felino.


“Helo aquí”, anunció, señalándolo con la mano.



El lugar era mucho menos lúgubre que todo el resto de la biblioteca.
Esta mesa suya estaba al lado de una ventana gigante, detrás de una
galería enorme. Estaba bien escondida. Perfecto. Me ofreció una silla.


“Gracias”, musité, mientras me sentaba. Él se sentó en la silla enfrente de mí. “Éste lugar es mucho mejor para estudiar”.



“Te lo dije”, me recordó. “Y bien, ¿vamos a estudiar?”, preguntó. “Yo
ya llevo aquí tres horas, y me parece que no sólo querías venir a
aprenderte Hemingway”, observó, mirando mis libros.


Colorada, reconocí la verdad. Clavé la mirada en la mesa. Sentí cómo la
sonrisa de Hail se agrandaba notablemente. Interpretó bien mi silencio.



“Bueno, ¿qué venías a hacer?”, inquirió.



“En verdad, he venido con mi hermano, Swell, para estudiar. Se supone,
porque me he ido de la biblioteca en cuanto él se ha marchado a sus
clases”, murmuré. “Y me he ido porque quería explorar la Universidad”,
aclaré.


“Oh, ¿te gusta?”



“Sí, me encanta”.



Hail me miró, de nuevo casi hipnotizándome. El color de sus ojos era
más bonito cuando miraba de esa manera. Y a mí me costaba respirar
cuando el color de sus ojos era más bonito. La pescadilla que se muerde
la cola.



“¿Dónde vives?”, me preguntó en voz baja. “Estoy seguro de que ya sabes dónde vivo yo, así que…”.



Sonreí un poco.



“Lo admito, lo sé”, dije, escondiéndome de sus ojos. “Vivo en E
Duval St., hacia el principio”, contesté. “Por cierto, yo… Verás,
mañana es mi cumpleaños y, no sé, me preguntaba si querías venir. Es en
el parque. ¿Vendrás?”.



Estuvo callado casi dos minutos. Mirándome. Hasta que de repente,
alzó la cabeza un segundo, y al siguiente ya no estaba en la mesa. Ni
siquiera sus libros estaban ya. Me quedé petrificada por tal
desaparición.


Cinco segundos después, mi hermano me dijo que ya había acabado las clases.
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MensajeTema: Re: Inexorable   Inexorable Empty03/09/09, 05:35 pm

INEXORABLE – Capítulo 4: Decimosexto cumpleaños en el parque… rechinando dientes.



El día siguiente me desperté temprano, a pesar de que había estado toda
la noche dándole vueltas a la charla que había mantenido con Hail
Gwynne en la biblioteca. No sabía si vendría a mi cumpleaños, pero no
me hacía ilusiones. Por si acaso, había preferido no decirle nada a
nadie, puesto que quizás me dejara plantada. Pero eso sí, Willow se
había enterado de que había “estudiado” con Hail.


Después de toda la tabarra que me daba con que nunca habla con nadie,
no se qué, nunca ha abierto la boca, no sé cuánto…, estaba claro que le
iba a restregar por esas narices suyas perfectas y respingonas (que no
estaba yo muy segura de que no estuviera operada ya) que Hail sí sabía
hablar y sí abría la boca.


Ja, por supuesto que sí.



Bajé las escaleras para desayunar en la cocina, donde me esperaba mi
madre con una gigantesca sonrisa, preparada para darme un fuerte
abrazo.


“Felicidades, Moon”, me dijo. “Estás preciosa, ¿qué te has hecho hoy?
Será porque ya eres un año mayor” gritó, con entusiasmo. Sí, yuju. Un
año mayor.


“Gracias, mamá, pero no me he hecho nada en especial”, aclaré. “Sólo acabo de levantarme”.



Aquello la cortó un poco, pero continuó con su retahíla. Mi padre,
llamado Ocean, mi hermano, y mi gatito también vinieron a saludarme,
abrazarme y desearme muchas y lindas felicidades en mi día genial
(bueno, mi gato Claws, sólo me lamió la mano).


Después de abrir sus regalos -unos vaqueros, dos camisetas, 20 pavos
(eso sí que moló), y un despertador (vale, no es culpa mía que sea tan
dormilona para que hasta me tengan que comprar un cacharro de esos más
ruidosos por mi cumpleaños)- subí a mi cuarto para cambiarme de ropa,
ya que aún tenía el pijama puesto. No me habían dado tregua desde que
me desperté.


El cumpleaños se celebraba en el parque desde las doce hasta la hora
que fuera que nos hartáramos por la noche. Tampoco sería muy tarde,
porque esa hora que tan chula se planteaba así (hasta que nos hartásemos,
hay que fastidiarse...) no podía ser más de las diez y media de la
noche. Sí, mis padres no se podían haber ahorrado el dinero en regalos
y simplemente haberme permitido una hora más de límite por mi
cumpleaños. Venga, por favor, que tenía dieciséis años. Pero no.



Así que a las once y media de la mañana ya me estaba yendo al
parque con mis amigas, llevando la comida que devoraríamos a lo largo
del día. A mi cumple también estaban invitados (aparte de Hail y mis
amigas) unos cuantos más del instituto. La mayoría eran "amigos" de
Willow, o sea que o 1) los conocía de pasada, 2) había hablado con
ellos unas dos veces en mi vida, o 3) ni siquiera los había visto. Qué
bien, ¿verdad? Invitar a mi cumpleaños (una celebración que se supone
debe ser "familiar") a unos extraños. Aquella era la magia de Willow,
por supuesto. Ya podía ir preparándome para la desmoralización que me
acaecería, porque estaba segura que la mayoría –si no todos- de esos
amigos se constituían básicamente por la plantilla entera del equipo de
fútbol del instituto, y sus animadoras. Es decir; tíos
espectacularmente buenos, con unos músculos demasiado grandes para mi
gusto, claramente conseguidos con botes y botes de esteroides y no con
entrenamiento, y chicas endiabladamente proporcionadas, finas y
delicadas, con sonrisas brillantes y manipuladoras, larguísimas melenas
de cabello rubio platino, y pieles perfectamente lisas y bronceadas por
las horas que pasaban bajo el sol floridano durante los entrenamientos
de las animadoras o durante los concursos de coreografías de Orlando,
Jacksonville y Miami.



Pero bueno, qué me importaría a mí eso si Hail apareciera. Aunque
claro, quizás no fuera a mi cumpleaños y entonces... ¡¡Zas!! Qué palo
me llevaría. Y seguro que Willow se enteraría de por qué estaría
decaída todo el tiempo (y se jactaría de ello como buena aprendiza del
Escuadrón de las Animadoras Letales, claro).


Llegamos al lugar del parque donde haríamos la fiesta y poco a poco
empezó a llegar gente. Cómo no, eran exactamente lo que yo imaginaba.
Willow los conocía a todos, evidentemente. Yo casi a ninguno, y a los
que sí, era porque o a) me había chocado con ellos andando por el
pasillo, al hacer gala de mi inhabilidad, y me había llevado un buen
grito de "Pero tía, ten más cuidado. Patosa", y una mirada de odio y
desprecio, o b) me habían visto jugando en clase de Educación Física al
voleibol (y me habían puesto el mote de "la Pato"). Así que fijaos qué
divertido iba a ser mi cumpleaños si Willow se juntaba con todos esos
que se reían de mí, y Hail no aparecía.



Y bueno, probablemente sería así, porque eran ya las dos y aún no
había venido. De repente recordé que, ¡oh, mierda!, no le había dicho
ni la hora ni el lugar dentro del parque. Así que seguramente pasaría
de venir. Abatida e intentando cerrar mis oídos a los comentarios
hirientes, pero que ellos pensaban que eran graciosos (jeje, qué gracia
me iba a hacer a mí cuando me hartase y les pegase un puñetazo a cada
uno en la boca; aunque lo más normal sería que, en vez de hacerles daño
a aquellos armatostes de tíos, me rompiera yo la mano. Qué asco era ser
de huesos débiles), enterré la cabeza entre mis brazos, que me rodeaban
las rodillas. Dawn me preguntó si estaba bien con fingida preocupación,
ya que ella se lo estaba pasando genial con Willow y compañía. Lo supe
aún mejor cuando le contesté un sufrido sí, y ella se marchó corriendo
con un “Vale”. Pero, por Dios, ¿qué clase de amigas tenía, que no me
acompañaban en mi propio cumpleaños? Aquello me afectó más de lo que
pensaba, y me eché a llorar. Nadie se percató, por supuesto. Todos
estaban demasiado ocupados morreándose por el Juego de la Botella.


“¿Moon?”, escuché cerca de mí. No reconocí muy bien la voz, así que
supuse que sería uno de los jugadores de fútbol, que querría hacer
alguna broma a mi costa.


“¿Sí?”, respondí, para quitármelo rápido de encima.



“¿Por qué lloras?”, preguntó, ahora casi en mi oído. Precisamente por gente como tú, maldito bastardo, quise replicarle, pero no me dio tiempo. Él habló antes: “Oh, es por esa gente, ¿verdad?”



“¿Quién…?”, comencé a preguntar mientras salía de mi escondite. No me
hizo falta nada más que un rápido vistazo para saber que a mi lado se
encontraba Hail. “Oh, eres tú. Creía que eras alguno de ellos”, expuse,
con una sonrisa, feliz por tenerlo conmigo al fin. “¿Cómo nos has
encontrado?”



Se sentó a mi lado en el césped y me sonrió. Aquello ya me hizo sentir mucho mejor.



“Bueno, no es difícil si se sigue el ruido de la Jauría de los
Populares del Instituto”, contestó. “Odio a esa gente, te lo prometo”,
dijo, mirándolos. Sus ojos se posaron en Willow, que se besaba
ardientemente con Tim, el quarterback del equipo. Casi pude ver decepción en su mirada. “¿Te han hecho daño? ¿Por eso llorabas?”, inquirió, mirándome a mí ahora.



“No, era distinto. Pensaba que me iba a quedar sola el mismo día de mi cumpleaños. Nadie estaba conmigo”, confesé, tristemente.



Sonrió de una forma cautivadora.



“Pues yo me quedaré contigo, Moon”, me prometió. “Lo que no sé es si
quieres estar aquí, con estos. Yo no, pero si tú…”. El pobre no tuvo
tiempo de concluir la frase, porque yo lo corté enseguida, con una
expresión de gratitud total.



“No, no, no. Vámonos de aquí”, afirmé. “Nada me gustaría más que
alejarme de este sitio cuanto antes. Yo tampoco soporto a los
Chicos/Monumento y a las Chicas/Top-Model, te lo aseguro”.


“Como si tuvieran algo que hacer contra ti”, comentó, alargándome la mano para ayudarme a ponerme en pie.



Yo enrojecí notablemente, pero sonreí inocentemente. Nadie me había dicho nada más bonito en mi vida.



“Gracias”, murmuré encandilada, ya a su lado. Su sonrisa se ensanchó.



“No tienes que agradecerme nada; tan solo he constatado un hecho”,
asintió. “Y aparte de ser mucho más guapa que todas esas chicas juntas,
tú vales mucho más. Maldita sea, tú tienes criterio, Moon. Esas sólo
tienen las revistas de moda como reglas morales en sus vidas: si tu novio te ha engañado, acuéstate con su hermano y volverá contigo”, bromeó. “Por favor, ¿qué clase de vida es esa?”, sonrió.



"Lo ves, eso pienso yo. Pero mis amigas me dicen: vive la vida, Moon,
sal por ahí y diviértete", las parafraseé, imprimiendo sarcasmo y burla
negativa a mi voz. "Y yo les digo: pero si yo me divierto con un libro
entre mis manos, Willow, no me hace falta besar a nadie para ser
feliz", mi voz se fue apagando conforme decía esas palabras, hasta
acabar en un susurro.


"¿Sabes una cosa, Moon?", inquirió Hail. No me dejó tiempo a contestar.
"A veces sí se necesita un beso para ser feliz", sonrió.


Y sin previo aviso, me cogió el rostro entre las manos y me besó. Allí
delante de todos. Delante de la incrédula mirada de Dawn y la furiosa y
celosa de Willow. Casi podía sentir cómo le rechinaban los dientes.
Pero no me importó. Simplemente, correspondí el beso de Hail. Sus
labios parecían satén contra los míos. Era increíble. Mi primer beso.
Mi primer amor. Nunca pensé que fuese tan perfecto.


Finalmente, Hail y yo nos separamos, sonriendo ambos. Respiré hondo un par de veces antes de hablar:



"Por primera vez en la vida, voy a dar la razón a una de esas estúpidas reglas de la felicidad", aseguré. "Te quiero, Hail".



Él sonrió y, cogiéndome la mano, pasamos frente a la Jauría de los
Populares del Instituto, y nos fuimos del parque, dejando la fiesta de
mi supuesto cumpleaños en manos de la verdadera anfitriona: Willow.
Porque yo no era así, y allí no encajaba. Casaba mejor con la mano de
Hail.
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Sora Shimizu
Principiante
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Sora Shimizu


Localización : *Altavoz: Palacio de Keiveqk de la Región de Hielo. Quincuagésima primera planta.* [sonidillo de llegada en un ascensor del Corte Ingles]

Pergamino del personaje
escuela de magia: 100
territorio comarcal:
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Pueblo de eribut: 50

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MensajeTema: Re: Inexorable   Inexorable Empty03/09/09, 05:36 pm

INEXORABLE – Capítulo 5: Algún lugar dentro de Canadá…



Dejamos atrás el parque, pero continuamos andando aun cuando llegamos al aparcamiento. Me extrañé.



“¿No has venido en coche?”, le pregunté.



“Oh, sí”, aseguró. “Pero no había sitio aquí, y tuve que dejarlo un
poco más lejos. No te importará andar, ¿verdad? Tampoco queda tanto…”



“No, tranquilo”, lo paré. “Podemos ir adonde sea”.



Él me sonrió y seguimos andando. Era cierto que no faltaba mucho
para llegar a su coche, aparcado junto a una arboleda cercana a otra de
las entradas al parque. Era un Ford Capri del ’75, naranja metálico, en
perfecto estado. No era un coche viejo, como muchos de esos que se ven
en los aparcamientos de los institutos; era un verdadero clásico, como
tenía que ser. Pero claro, para eso se necesitaba dinero, y estaba
claro que él lo tenía. Hail se percató de la cara de asombro que tenía
puesta. El coche era tan bonito… Y con él dentro, seguro que mucho más.
Me sonrió de una manera que me dejó sin respiración.


“¿Te gusta?”, tanteó.



No atinaba a hablar coherentemente. Lo miré a él y de nuevo al coche,
con la boca abierta. Vale, quizás no fuese tan espectacular, pero yo
era una gran aficionada al mundo del motor, y aquel Capri era realmente
una joya.


“¡Pues claro que me gusta! Es… es increíble”, susurré.



“Te gustan los coches”, conjeturó. Asentí, con una sonrisa, mientras nos acercábamos más y más a la joya. La Joya. Aquel sería su apodo. Ford La Joya
Capri. Quedaba bien. “A mí también”, admitió. Ya, lo había notado.
Dios, Hail era todo lo que yo podía desear en un chico. “Y mira, hace
juego con tu cabello”, agregó, cogiendo uno de mis rizos pelirrojos que
flotaba en el aire floridano de primavera.


En ese momento, llegamos junto a La Joya.
Hail me abrió la puerta del copiloto. Entré con cuidado de no darme en
la cabeza con el techo, porque aquel modelo era más bien bajo. Él rodeó
el coche y se montó. Arrancó —qué bonito era el sonido de un Capri
cuando la persona más hermosa del mundo lo conduce— y aceleró. Hacía
una buena temperatura aquel día, con sol y tan solo algunas ráfagas de
viento. Bajé la ventanilla para que el aire me diera en la cara. Aún no
podía creer que me hubiese besado a Hail Gwynne, el Imposible.


“¿A dónde me llevas?”, insinué, sonriéndole.



Me miró un segundo, con esos ojos azules que hipnotizaban. Estaba
serio, algo muy normal en él, pero esta vez había algo más… ¿Quizás era
tristeza lo que veía bajo esa capa de seriedad impropia de un chico de
dieciocho años? No estaba muy segura, sí supe que a mí se me borró la
sonrisa de los labios ese segundo. Desvió la mirada, y la posó en la
carretera.


“A mi lugar favorito de Florida”, contestó, con simpleza.



“¿Cuál es ese lugar?”, inquirí, curiosa.



“Míralo”, ofreció, de nuevo con una sonrisa, que me sacó otra.



Y lo hice. Miré la carretera que se abría paso ante el coche. Era una
serpenteante calzada, sin apenas arcén. A cada lado, se veía el
comienzo de un precioso y enorme bosque, que continuaba más allá de la
carretera. Lo reconocí inmediatamente. También era mi sitio favorito.


“Canopy”, musité.



Cuántos recuerdos hermosos me venían a la mente al recordar ese nombre.
Desde que mi familia y yo nos mudamos a Tallahassee —antes vivíamos en
Stillwater, Oklahoma— hacía siete años, el bosque y la carretera de
Canopy habían sido mis lugares predilectos. Era tan bonito, tan vivo,
tan cuidado… Una pequeña porción del gran pulmón de la Tierra,
lo llamaba mi madre, cada vez que nos traía a mi hermano Swell y a mí
para hacer caminatas. A ella le encantaba la naturaleza y nos lo había
transmitido a nosotros enteramente. Nada me hacía sentirme más feliz
que tumbarme en la hierba silvestre de los bosques que unas máquinas
llamadas “sierras” y “bulldocers
no habían borrado del mapa. Un bosque intacto, ¿dónde se encontraba eso
hoy en día? Por suerte, en Estados Unidos había aún muchos territorios
vírgenes y cuidados.


Recordaba el aire en mi rostro, la hierba rozándome los tobillos,
haciéndome cosquillas, los doseles que caían de las ramas de árboles
centenarios… El suave tacto del suelo en mi piel… ¿Por qué habíamos
dejado de ir a Canopy hacía ya cuatro años? ¿Por qué? Era precioso, y a
Swell y a mí nos hacía felices. Pero…


Hail giró a la derecha en la carretera para enfilar un camino de tierra
que nos llevaría hasta un claro donde podríamos dejar el Capri. Cuando
llegamos allí, y salimos a la naturaleza de nuevo, no pude evitar que
un aluvión de recuerdos tan bellos como las estrellas inundaran mi
mente y no me permitieran decir nada.


Hail me cogió de la mano, sin querer interrumpir mis pensamientos, y me
llevó andando sin que me percatara, por entre los árboles y la maleza,
hasta un lugar dentro del bosque. Me invitó a tumbarme allí, sobre la
hierba, y acepté, por supuesto. Él me pasó un brazo por los hombros y
me atrajo hacia sí. ¿Por qué todo aquello se me parecía demasiado a mi
infancia? ¿Por qué era todo tan bonito y perfecto ahora, después de
cuatro años sin nada bueno? aunque, realmente, ¿por qué preocuparse
tanto, si lo tenía? Por fin lo tenía en mis manos. Por fin tenía en mis
manos la felicidad y la tranquilidad. No hacía falta preguntarse por
qué. Con tenerlo, sobraba.


“Yo también adoro este bosque”, comenté en voz baja, después de un
silencio de casi quince minutos. Un silencio para nada incómodo. ¿Cómo
iba a ser incómodo estar abrazada a Hail, oyendo el canto de los
pájaros y viendo sobre ti una maraña de ramas grandes y pequeñas,
teñidas de musgo? Era imposible no sentirse bien.


“Sí, ojalá pudiera llevarte a mi verdadero lugar favorito”, respondió él, con un suspiro.



“¿No es este?”, pregunté. Él negó con la cabeza. “¿Entonces…?”



Se incorporó en el suelo, sentándose. Yo hice lo mismo, pues quería
tenerlo cerca, quería verlo. Él me dedicó una encantadora sonrisa
durante unos segundos, hasta que se perdió en sus recuerdos, contándome
una historia.


“Yo me he mudado mucho, ¿sabes?”, comenzó, pero no dejó tiempo a que
contestara. De todos modos, me parecía que ahora necesitaba hablar sólo
él, que alguien lo escuchase. Parecía que lo necesitaba de veras,
porque normalmente nadie lo hacía. Así que lo dejé seguir y que se
explayara todo cuanto quisiera. “Eres la primera a la que le cuento mi
vida, si te digo la verdad”. Aquello me sorprendió. “Nací en
Rovaniemi”, explicó. “No tienes ni idea de dónde está eso, ¿cierto?”,
sonrió, mirándome. Negué con la cabeza. Ni siquiera había oído ese
nombre en mi vida. “Está en la Laponia Finlandesa. Sí, soy europeo. Mi
madre es de allí, y mi padre es griego. Estuve allí tan sólo tres años,
o sea que no recuerdo demasiado de mi ciudad natal. A mi padre lo
destinaron a Cheliabinsk, Rusia, por motivos de trabajo. Empecé a hacer
mis amigos, porque estuvimos allí hasta que cumplí los seis. Pero
entonces nos fuimos”, dijo. Se notaba pesar en sus palabras. “Esta vez
nos mudamos a Australia, a Brisbane. Aprendí muchas cosas en los
arrecifes de coral”, sonrió. “Pero mis padres me dijeron que de nuevo
habría que irse. Yo nunca he sabido por qué demonios tienen que
destinar tanto y a tantos sitios a mi padre por trabajo, pero es lo
peor para hacer amigos. De hecho, desde que llegué a Brisbane, no he
hecho amigos en ninguna otra parte. Después de Australia, lo mandaron a
Río de Janeiro. Estuvimos allí hasta los diez años. En Nagasaki, Japón,
pasé la mayor parte de mi vida: cinco años. Me gustó mucho mi vida
allí”, confesó. “Era muy interesante, aunque algo estresante. Una vez,
en el colegio, con trece años, me mandaron un trabajo sobre Canadá, un
país que no tengo el gusto de conocer, y al que siempre quise ir.
Busqué mucha información sobre Canadá, y me pusieron un diez en el
trabajo”, asintió. “Pero hubo una cosa que se me escapó. Una foto que
no puse. Un paraje increíble del que no conocía ni su nombre, ni su
situación… nada. Era un misterio y ni aunque buscara por todos lados lo
encontraba”. Hizo una pausa, y se le cambió la cara. Se puso más serio.
“Cuando mi padre me dijo con quince años que nos íbamos a Bellevue, me
enfadé muchísimo”, reconoció. “No había hecho amigos en Japón porque
sabía que eso podría volver a pasar. Pero me había hecho a la idea de
que no, finalmente, porque ya llevábamos cinco años allí. Esperaba que
sus jefes se compadecieran del hijo de su subordinado, pero no. Nos
mudamos. Y el paraje de Canadá con el que soñaba despierto y dormido
cada día, perdió el sentido para mí y también su importancia. No volví
a intentar buscarlo. Acabé el instituto en Bellevue, y mis padres me
dijeron que en la Universidad del Estado de Florida de Tallahassee
tendría más oportunidades, pero era porque de nuevo lo destinaron”,
especificó, un poco harto de tanto destino distinto. “Empecé en
Washington a estudiar, pero en enero nos vinimos aquí. No sé por qué
mis padres tuvieron que ir a presentarse a cada casa del barrio entero,
pero lo hicieron. Y hablaron de mí. Yo no quería eso. Estaba furioso
con ellos porque nunca me permitieron hacer amigos… ¿y ahora pretendían
darme a conocer? No, lo siento. Iba a seguir siendo el mismo Hail de
siempre. Sin amigos. Y entonces, cuando volvía de descambiarle una
camisa a mi padre, te vi. Tú te quedaste mirándome, y yo lo sabía”, me
sonrió. No controlé el sonrojo que me cubrió el rostro. “Hubiera pasado
de largo como con cualquier otra persona, pues, aunque me hubieses
gustado desde entonces, sabía que pronto volvería a mudarme. No quería
herir a nadie por culpa de mis padres. Pero tú no eras una chica
cualquiera”, concretó. “Tú eras diferente. Estabas con Willow Smith,
que la verdad, nunca me cayó bien. Y con Dawn Kwon, a la que conocía
gracias a la misma Willow. ¿Sabes por qué volví para verte?”, acució.
Me encogí de hombros, sin saber. “Porque justo cuando nos cruzamos, la
imagen del paraje precioso de Canadá me inundó la mente”, expuso. “Me
hiciste recordar con sólo una mirada los momentos más felices de mi
vida”.


Se me encogió el corazón al oír eso. Se me empañaron los ojos con
lágrimas traicioneras que pugnaban por salir y delatar lo mucho que me
habían conmovido sus palabras. ¿De veras había hecho yo eso? Aquello sí
que era lo más bonito que me habían dicho jamás. Intenté controlar las
lágrimas, pero… ¡Qué demonios! ¿Por qué no iba a demostrarle que me
había llegado al corazón? ¿Por qué iba él a quedarse con esa inquietud?
Dejé de intentarlo y lloré. Pero inmediatamente, sonreí. Él me
correspondió, dulcemente, y me acarició la mejilla con los dedos.
Retuve su mano contra mi rostro, y luego le di un pequeño beso en la
palma. Hail continuó hablando, aún cogidos de la mano, y yo llorando.


“Volví sobre mis pasos y te encontré allí, aburrida en el café”,
rememoró. “Me miraste de nuevo. Y la imagen volvió a aparecer. Aquella
noche soñé, como hacía años. Y al día siguiente, viniste a mi calle a
por Willow. Te aseguro que no sonreía desde que tenía quince años. Tú,
Moon, me has hecho sonreír y recordar. Por eso te prometo que te
llevaré al sitio más hermoso del mundo para mí: a algún lugar dentro de
Canadá, tú y yo, solos. Sin nadie que nos mande ni nos diga que hemos
de mudarnos de nuevo”.


“Pero… yo no puedo, tengo dieciséis años…”.



“Eh, Moon”, me paró, con una sonrisa. “Te recuerdo que no sé dónde está”, afirmó.



Rompí a reír a su lado, al igual que él.



“Estás loco”, le aseguré.



“Loco por ti”, completó, y acto seguido, me besó de nuevo. Me entregué
a aquel beso más que en el otro. Cuando nos separamos de nuevo, tan
cerca uno del otro, Hail susurró: “¿Vendrás conmigo?



“¿A algún lugar dentro de Canadá?”, sonreí. “Por supuesto”.



“Prometido”, juró, dándome un beso en el dorso de la mano.
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